Desde edad temprana, siempre he sentido
fascinación por estos seres que antaño, muy
antaño, poblaban la tierra.
En los recuerdos de mi infancia siempre han aparecido los libros, ellos estaban presentes en los estantes de mi casa, en mi colegio y en mi mesa. Mi padre siempre tuvo la acertada costumbre de comprarlos, el estaba suscrito a una editorial que le enviaba los libros por correo casi todos los trimestres. Yo, por mera curiosidad, los leía u ojeaba. Cierto día, me topé con el tomo dos de la Enciclopedia Temática, el cual tenía un capítulo con un encabezado muy atractivo para un niño de 9 años: “Cuando los reptiles dominaban el mundo”. Entonces, me emocioné, ya que dicho encabezado iba acompañado por un dibujo que representaban a dos lagartos gigantes envueltos en un feroz combate. Seguí pasando páginas, vi otras ilustraciones de aquellos moustros; estaba sorprendido, jamás había visto en otro libro, o en la TV, cosa semejante. Comencé a leer, comprendí que se trataba de dinosaurios, término que significa “saurios aterradores” y que hace referencia a unos grandes animales de sangre fría que vivieron en la tierra hace millones de años.
Desde entonces, sentí gran atracción por ellos, me moría por saber cómo llegaron existir, cómo vivían, qué comían, de que color eran, cuantas clases existían; en fin, mi pequeña cabeza bullía en medio de un torbellino de pensamientos e interrogantes. No paso mucho tiempo, cuando empecé a dibujar dinosaurios e incluirlos en las tramas de mis comics. Mi situación favorita era imaginar que mis personajes retrocedían en el tiempo, hasta llegar al periodo jurásico, y se topaban con un Brontosaurio, o un Tiranosaurio rex. También me encantaba visionar la situación en la cual, un dinosaurio, por algún motivo, se encontraba transportado de repente a la época actual y causaba conmoción entre los habitantes del lugar donde apareció (a propósito, en la segunda parte de la trilogía cinematográfica “Parque Jurásico II, el mundo perdido” podemos ver que esta situación se presenta cuando un Tiranosaurio Rex se escapa de sus captores humanos y va a parar a un suburbio)
Pasó el tiempo, leí otros libros, fui acumulando conocimientos, y me convertí en una especie de erudito en dinosaurios. Me aprendía los extraños nombres con que los científicos los identificaban, y me vanagloriaba después con mis amigos de saber algo que ellos ni siquiera conocían. En aquella época no había en la TV serias referencias de dinosaurios, y las que había estaban en los libros. Ahora la situación es bien diferente, ya que en muchos medios de comunicación ellos aparecen tan bien representados, que parecen reales. Nada vean los tres filmes de “Parque Jurásico”, las series del canal “Discobery”, así como diferentes publicaciones ilustradas, videojuegos etc.
Pero permítanme hablar más de Parque Jurásico y Discobery. Realmente es sorprendente como sus realizadores recrean un dinosaurio con gran precisión científica, cuidando los más ínfimos detalles, animando con gran verosimilitud sus movimientos. Es algo que ni en sueños hubiese visto yo en 1984, cuando era un niño. Por esa época, los efectos especiales no permitían tal hiperrealismo. Sólo a principios de los 90s descolló la nueva tecnología digital que permitió darle verdadera vida visual a los dinosaurios, tal como se demostró en la primera parte de la mencionada trilogía de Parque Jurásico, estrenada en 1993.
En 1842, el naturalista inglés Richard Owen acuñó el conocido término de dinosaurio a estos seres, cuyos enormes huesos y esqueletos lo había impresionado. Desde entonces, se han encontrado muchos fósiles más, revelando así que existían gran cantidad de clases y subclases de dinosaurios. Para sintetizar, podemos empezar por exponer las dos grandes clases de dinosaurios: los “saurisquios” y los “ornitisquios”.
Los saurisquios fueron los de más grande desarrollo, se dividen a su vez en terópodos, o dinosaurios bípedos y los saurópodos, o dinosaurios cuadrúpedos. Los terópodos empezaron por ser dinosaurios muy diminutos, tanto, que uno de ellos, el “compsognato” (“quijada elegante”) tenía nada menos que el tamaño de un pollo.
Sin embargo, conforme transcurrían los millones de años, iban creciendo en tamaño, alcanzando, ya para fines del cretáceo, el tamaño aproximado de una avestruz actual. Uno de los terópodos más conocidos con estas dimensiones, fue el “ornithomimus” (“imitapájaros”) Tenía una cabeza pequeña, un pico desdentado, un largo cuello, unas fuertes patas, antebrazos con dedos y una larga cola. Ciertamente su aspecto debió ser muy extraño, como si fuese una gran ave, pero sin plumas, ni alas. Sin embargo, este singular ser no representaba lo máximo en dimensiones en cuanto a su clase, para nada. El honor se lo lleva el popular “tiranosaurio rex” (el “gran saurio, el rey”) el cual, como los demás terópodos, se apoyaba en dos patas. Pertenecía a la serie de los “carnosaurios”, o dinosaurios carnívoros. Ciertamente ha sido el más feroz y temible cazador de la historia de la tierra, con su boca armada de filosos dientes de centímetros podía darse le lujo de engullirse cualquier presa. Además de sus dos colosales patas, el tiranosaurio tenía una cabeza de 120 centímetros y una gran cola; se ha calculado que el largo total de su cuerpo era de 14 metros. Curiosamente, sus miembros superiores eran minúsculos (no más largos que un brazo humano), acaso solo para servir de nada. Este animal es, sin duda, el más emblemático y popular de los dinosaurios. No pocos personajes le han rendido culto, uno de ellos (muy leído por mí) fue el gran escritor y científico Isaac Asimov, el cual dejo constancia que, cuando se sentía estresado o preocupado, se tranquilizaba visitando el enorme esqueleto de tiranosaurio que hay en el Museo Americano. “Yo sé lo que exactamente debo hacer…” decía Asimov al respecto “ La experiencia me lo ha enseñado. Es el momento de llevar a cabo la visita al tiranosaurio.” Yo también me incluyo entre los que evocan este excepcional animal, nada más fíjense en la pintura que ilustra el encabezado de este artículo: la hice yo, y muestra al saurio rey en toda su grandeza y esplendor.
Bueno, ahora pasemos a ver los saurópodos. Eran dinosaurios de cuatro patas, cabezas pequeñas, largos cuellos, cuerpos desproporcionados y colas largas. Sus dimensiones eran colosales, parecían grandes masas que se desplazaban pesadamente por los paisajes húmedos de esos tiempos. El más conocido de estos animales era el brontosaurio, palabra que significa “saurio del trueno”. Pesaba unas 35 toneladas, medía 18 metros desde la cabeza hasta la punta de la cola. Su imponente cuerpo estaba sostenido por cuatro patas colosales, de las cuales las dos traseras eran más altas que las dos delanteras. La cabeza era tan diminuta que, sólo podía albergar en su interior un cerebro no mayor que un huevo de gallina. Pero el brontosaurio tenía otros colegas afines a el en cuanto a tamaño, entre ellos destacaba el diplodoco (de las palabras griegas que significan “doble soporte”). Era más largo que el brontosaurio, ya que sumaba unos 33 metros desde la nariz hasta la punta de la cola. Por lo tanto, su cuello, al igual que la cola, eran muy largos y delgados. Pero, este animal no era el más grande del séquito de los saurópodos, ya que había otro que, aunque más corto, era más macizo y alto: el braquiosaurio, cuyo nombre significa “saurio con brazos”. Este dinosaurio tenía la particularidad de tener los miembros delanteros mucho más largos que los traseros, de ahí su nombre. Con sus 80 toneladas, pesaba más que el brontosaurio. Medía unos 22.5 metros de largo y podía elevar su cabeza a 12 metros de altura, suficiente para asomarse por una ventana de un cuarto piso.
Sin duda alguna el braquiosaurio es el animal más grande que jamás haya existido en la historia de la tierra. Su caminar seguramente hacia temblar el suelo como un sismo, estremeciéndolo con cada paso. Debió ser difícil para el y sus homólogos (el brontosaurio y el diplocodo) desplazarse con esos enormes y pesadísimos cuerpos; por lo que, lo más probable, es que hayan pasado la mayor parte del tiempo metidos en el agua. Así, podrían soportar mejor sus pesos, además de protegerse de los feroces carnosaurios.
A pesar de que el braquiosaurio, el brontosaurio y el diplocodo, tenían un aspecto realmente moustroso, en realidad eran probablemente tan inofensivos como una vaca lechera. ¿Por qué? Por su condición de vegetarianos, es decir que sólo comían plantas. No tenía por qué cazar presas para sobrevivir. Si retrocediésemos en el tiempo en que vivían, y nos topáramos con uno de ellos, no nos harían daño a propósito, tal vez ni les llamásemos la atención.
Pasemos a hablar de la otra gran clase de dinosaurios: los ornitisquios. Su característica fundamental es que eran herbívoros, es decir que no presentaban el aterrador semblante de los carnosaurios en el cual, los dientes feroces y las grandes mandíbulas estaban a la orden del día. Eran, entonces, estos pacíficos herbívoros seres desprovistos armas ofensivas. Tenían comúnmente mandíbulas anchas y chatas, propias para manejar su dieta vegetal. Uno de los más conocidos dinosaurios de este tipo fue el “anatosaurio”, o “lagarto ánabe”. Cualquier observador apresurado y profano lo hubiese confundido con un tiranosaurio, sin embargo nada más diferente porque era completamente inofensivo. El anatosaurio medía unos 5 metros de altura y, al igual que los terópodos, se sostenía sobre dos grandes patas.
Como lo hemos dicho, los ornitisquios eran dinosaurios que carecían de armas ofensivas. Razón por la cual, algunos de ellos solo dependían de su habilidad para escapar de los carnosaurios; sin embargo muchos tenían armas defensivas, como placas, cuernos o corazas, que a la postre podrían ser más efectivas que los otros recursos de protección.
Hay dos ejemplos típicos de dinosaurios con armas defensivas: el “estegosaurio” y el “triceratops”. El estegosaurio era cuadrúpedo, herbívoro, de unos 9 metros de largo, 3 de alto, y pesaba más que un elefante; sin embargo, esas dimensiones relativamente grandes no eran proporcionales al tamaño de su cabeza. Sí, en efecto, esta era ridículamente diminuta, tanto, que alojaba sesos que no superaban en tamaño a los de un pollo actual.
La característica más relevante de este dinosaurio era la presencia en su dorso de una hilera de placas óseas, las cuales posiblemente servían de protección como si fuesen las piezas de un tejado (precisamente, la palabra “estegosaurio” significa “lagarto con tejado), de tal forma que si un carnosaurio atacara, sólo bastaría mostrárselas para neutralizarlo. Esto me lleva a imaginar la escena en que un hambriento dinosaurio cazador se estrella estrepitosamente contra esas placas, y termina herido. Pero el estegosaurio tenía otra arma que mostrar ante sus predadores: dos filosos espigones óseos en la punta de su cola, con los cuales podía provocar graves heridas al atacante. Si quieren ver cómo los utilizaba, pueden remitirse a la película “Parque Jurásico II, el mundo perdido”, donde aparece una espectacular escena en la que un animal de estos lanza un coletazo a la heroína y esta lo evade por un pelo.
Por otra parte, el triceratops (término que significa “de tres cuernos” ) era un dinosaurio grande y fuerte. En el hocico tenía un cuerno corto y grueso, y otros dos en la frente que medían hasta un metro de largo. Este singular animal avanzaba sobre cuatro patas robustas, a manera de un paquidermo. Las delanteras eran especialmente robustas, ya que debían soportar el peso de la enorme cabeza, cuyo tamaño era desproporcionado con respecto al resto del cuerpo. Era herbívoro, arrancaba brotes y hojas con su boca parecida a un pico de loro para luego triturarlas con los dientes ubicados en el fondo de la boca.
Así como en el caso del estegosaurio, el triceratops tenía un arma defensiva de gran eficacia: la gran coraza ósea que le protegía las paletillas. Esta coraza podía soportar los tenaces golpes de otros dinosaurios como el tiranosaurio rex. A propósito ¿Nunca se han imaginado un combate entre un tri rex y un triceratops? Debió ser un espectáculo dantesco, que muy seguramente debió hacer temblar la tierra. ¿Y cual de los dos ganaría? No sé lo que piensen los expertos, pero yo creo que el triceratops llevaba las de ganar. Sus puntiagudos cuernos podían causar al tri rex graves heridas, además su placa repelaría las garras y zarpas. A lo anterior se le suma el hecho de que podía desarrollar una tremenda embestida a 35 Km/ hora, lo cual, sumado a su peso y a sus armas defensivas, bastaba para vencer al más fiero carnosaurio, aunque se tratase del gran saurio rey.
Hemos visto en este texto algunos de los dinosaurios más representativos y más comúnmente citados. Si quisiera abordarlos a todos, tendría que escribir un libro entero. Hay otras clases de estos animales cuyas características son atractivas, ahí tenemos el “pterodáctilo”, un verdadero lagarto volador; el ictiosaurio, un lagarto marino; el “parasaurolophus”, el “Cetiosaurio”, el “megalosaurio”…etc. La lista es larga, y es por tal razón que continuaré refiriéndome a los saurios aterradores en otro apartado de este compendio.
No hay discusión en cuanto al atractivo de los dinosaurios, tanto para el profano, el aficionado y el experto. Las características de estos animales, que rayaban en lo descomunal y feroz, tal vez no se repitan en la historia del planeta. Sólo nos queda verlos en las series televisivas, las películas y por supuesto ¡En la imaginación!