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miércoles, 13 de junio de 2007

¿LA CULPA ES DE ELLOS, O NUESTRA?


El subdesarrollo de Latinoamérica es un
tema que siempre ha
oscilando entre los enfoques de la derecha y la izquierda; sin
embargo es menester dilucidar, dentro de
nosotros, cuál de los dos es el más acertado.


Dentro del contexto de la política latinoamericana podemos encontrar un debate muy interesante en torno a un tema capital que concierne a nuestro continente: ¿el subdesarrollo de nuestro continente es culpa de la influencia neocolonizadora de los países desarrollados, o de los mismos latinoamericanos? Para sintetizar el tratamiento de este complejo tópico en estas pocas líneas, estudiaremos, desde un punto de vista general, la posición que tienen al respecto las dos principales ideologías políticas latinoamericanas: la izquierdista y la derecha.

Por el lado de la izquierda, especialmente la más tradicional, es aceptado como un credo la teoría de Eduardo Galeano, quien en su libro Las Venas Abiertas de América Latina, concluye tajantemente que nuestro continente a sido expoliado por las potencias occidentales, especialmente EU, desde la época de la colonia. Tal es la contundencia de la sentencia de Galeano “Es América Latina la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días todo se ha transmutado siempre en capital europeo, o más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder” Esto significa que las inmensas riquezas de nuestro continente, que son incalculables, fueron lentamente, a través de los siglos, sustraídas mediante un complejo proceso de transformación efectuado primero por los países que nos colonizaron, luego por las potencias europeas y, por último, Estados Unidos. Para Galeano, la riqueza es un bien de cada nación, como un inmenso tesoro que es necesario cuidar, preservar para el bien de los ciudadanos. Si se deja que una potencia extranjera tenga mucha influencia sobre la política económica de nuestro país, entonces esa fuente de riquezas, ese tesoro, va a parar a las arcas extranjeras. Esta visión de las relaciones comerciales ha tenido profundo arraigo entre muchos grandes intelectuales de América latina, especialmente los inclinados hacia la izquierda. Para ellos, la pobreza que sufrimos es mero producto de la influencia que EU tiene en los asuntos latinoamericanos. Ven con temor y preocupación cualquier tentativa de intercambio comercial con el país del norte. Es así como se explica la dura oposición al TLC por parte de los partidos de izquierda, sindicatos públicos y centrales obreras.

El TLC sería entonces, para los que comparten la teoría de Galeano, un factor generador de pobreza y desigualdad para nuestra nación. Al respecto, dice Galeano: “La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas.” De esta afirmación se desprende que existen dos capitalismos: uno rico (EU) y otro periférico, pobre y explotado (Latinoamérica), al primero le conviene que el segundo sigua siendo subdesarrollado para seguir explotándole (utilizando figuras como el TLC) sus riquezas.

Otro factor que tiene la izquierda para explicar el subdesarrollo de Latinoamérica, es la irrupción del Neoliberalismo en los últimos años. ¿Pero, qué es el Neoliberalismo? Aludiendo a una definición “técnica” podemos decir que es la doctrina económica y política que se fundamente en la plena libertad de mercado y el retiro del estado de la actividad económica y de la prestación de servicios. Este modelo, que fue impulsado por EU, se extendió en Latinoamérica durante los años 80s y buscaba conjurar los problemas de bajo crecimiento económico de la región. La idea era que, al quedar libe el Estado del control directo de la economía, el libre mercado se encargaría de generar riquezas ¿Y cómo lo haría? Incentivando la inversión extranjera, promoviendo las exportaciones, promoviendo igualmente la competencia para eliminar los monopolios económicos y diversificar el mercado haciéndolo más productivo y eficiente, integrando al país a la globalización por medio de tratados de libre comercio con las naciones ricas etc. Sin embargo, como ya se dijo, la izquierda piensa que el Neoliberalismo es nocivo para nuestro continente. Un intelectual importante que tiene este pensamiento es José Consuegra Higgnis quien dice: “(El Neoliberalismo)...entrega toda la riqueza nacional sin asomo de escrúpulos a la voracidad de las llamadas multinacionales. Empresas que fueron el fruto de esfuerzos y sacrificios nacionales, del trabajo y los recursos presupuéstales, se venden sin regatear y con los ojos vendados, para responder a preceptos de esquemas imperialistas bautizados con el eslogan paliativo de apertura o globalización…” .Según Higgins, y muchos seguidores de este pensamiento, el neoliberalismo sustrae las riquezas y el patrimonio nacional para dárselas a los inversionistas extranjeros, al amparo de los principios de una supuesta integración económica que no es más que un pretexto para conjurar, por parte del imperio norteamericano (y sus satélites: el FMI, la OMC…) su política de dominar los países subdesarrollados de América Latina. Lo mejor sería un Estado de bienestar donde el estado maneje la economía, controle los servicios, incentive el mercado interno para protegerlo de la voracidad extranjera y distribuya la riqueza generando justicia social.
Los detractores del Neoliberalismo, dicen demostrar la validez de sus argumentos poniendo como ejemplo a Argentina, cuya crisis económica se la endilgan al gobierno de Memen, quien llevo a cabo grandes procesos de privatización; otro ejemplo sería la exorbitante alza de las tarifas de servicios públicos ocasionada por culpa de las privatizaciones de empresas estatales en Colombia. Pero, ¿Estos casos se dieron como consecuencia de la aplicación del esquema Neoliberal en Colombia y Argentina? Para la gente del otro espectro de la política latinoamericana, la centro derecha, el Neoliberalismo no es el culpable.

Para empezar, en el mundo de la derecha democrática el término “Neoliberalismo” no tiene validez porque siempre ha existido, desde los tiempos de Smith, un solo Liberalismo, el Liberalismo capitalista que se dio en la unión americana a lo largo de su evolución. Por lo tanto, el prefijo “Neo”, dicen, se lo buscó la izquierda para satánizar el libre comercio cuando este llegó a Latinoamérica para desplazar el modelo proteccionista. Lo que muchos llaman Neoliberalismo es simplemente Liberalismo. “La libertad es la base de la prosperidad, _dice el centroderechista Plinio Apuyelo_ y de que el Estado debe ceder a la sociedad civil los espacios que arbitrariamente le han confiscado como productora de bienes y gestora de servicios” .La sociedad es, entonces, la base primordial de la generación de prosperidad y no el Estado. Este, además de ser relativamente pequeño y eficiente, solo regula, vigila, garantiza el cumplimiento de las leyes; por lo que no debe dirigir toda la economía y repartir la riqueza a dedo. Pero, si lo hace, como sucede con el modelo proteccionista, se inflará por el gasto público, se hará insostenible, deficitario, burocratizado y, finalmente, totalmente ineficiente. Así lo explica esta premisa del citado Plinio Apuyelo: “La inversión social concebida (en el Estado Benefactor) como un reparto autoritario de la riqueza en el nivel macroeconómico o como programa estatal financiado con emisiones monetarias, lo que provoca es depresión social.” ¿Por qué? Porque, como se viene diciendo, el Estado Benefactor precisará de más y más dinero para sostener el gasto público generado por sus programas sociales. Cada vez se hará necesario crear más entidades estatales, para cubrir la creciente demanda de gente que pide mejoras sociales. Llega el momento en que se encuentra endeudado, con una pesada burocracia que pide muchos privilegios, con un déficit insuperable; circunstancia que lo obligará a emitir y gastar cada vez más. Al final, sólo queda un estado totalmente ineficiente y dominado por la corrupción generada por el abultamiento burocrático. ¿No es mejor un Estado relativamente pequeño pero eficiente, que no tenga que sostener lastres financieros ni burocráticos, y que propicie el desarrollo a través de entes privados? Dicen los derechistas.

Ahora, para los partidarios del Neoliberalismo, o liberalismo, existen ejemplos contundentes de su éxito en países latinoamericanos que lo aplican. Es el caso de Chile que, abriéndose a los mercados internacionales, privatizando empresas y entidades, disminuyendo el tamaño del estado, acogiendo en masa la inversión extranjera, tiene una de las tasas de desempleo más bajas del continente. Bueno, sí ¿pero, y qué de Argentina? Para eso también tienen una explicación. Argentina colapsó por las prácticas corruptas que dominaban su gobierno, lo cual impidió el correcto aplacamiento del modelo. Hubo privatizaciones que, simplemente, se convirtieron en otro monopolio para favorecer intereses particulares; también hubo ventas de empresas estatales que fueron mal llevadas por culpa de las corruptelas. Lo mismo ocurrió en Colombia y otros países de la zona. Para la centro derecha, la culpa de la pobreza de nuestro continente no está representada en EU, el FMI, o el Neoliberalismo; está representada en la inestabilidad política de nuestros pueblos, en la corrupción, y en la incapacidad de los latinoamericanos de integrarse en torno a una misma forma de proceder, a una misma senda por la cual seguir todos juntos. Cosa que si hicieron “los hermanos del norte” como los llamó Bolívar.

¿Quieren saber con qué punto de vista me identifico más? Pues, con este último, con el de la centro derecha democrática. Yo no creo que EU, y las demás potencias, nos hayan robado nuestras riquezas; tampoco creo que nos hayan estado explotando, ni neocolonizando. Igualmente, no creo en el “Neoliberalismo” porque, sencillamente, no existe. Siempre ha habido un solo liberalismo, el que se deriva del capitalismo democrático. Asimismo, tampoco creo en las “oscuras intenciones” del “Imperialismo Norteamericano” para expoliar nuestros recursos por medio de figuras como el TLC.

Nadie tiene la culpa de nuestra pobreza o de nuestro atraso, nadie. ¿Entonces quien tiene la culpa? Pues, sencillo, nosotros. Sí, nosotros mismos, hermanos latinoamericanos que nunca, desde los tiempos de la independencia, nos hemos puesto de acuerdo sobre lo que queremos ser, que nunca nos hemos unidos todos en torno a un solo y único fin. ¿Por qué los japoneses han convertido su pequeño país en una potencia económica en un lapso tan corto de cincuenta y nueve años y nosotros, en ciento y tantos años, no lo hemos logrado? Porque, en vez de estar echándole la culpa a todo el mundo por sus desgracias, los nipones se unieron férreamente en torno a un fin común: hacer de su tierra una potencia, un gran país. No hubo discusiones estériles, ni rencillas políticas, ni desacuerdos. Lo mismo hicieron los colonos norteamericanos que se independizaron del imperio británico, y miren hasta dónde han llegado. Pero nosotros, no imitamos ese gran ejemplo. No fuimos capaces de unirnos después de la independencia, no seguimos las orientaciones de Bolívar, quien inspirado en la revolución norteamericana, quiso fusionar los territorios que liberó en una gran nación, en una potencia política, económica y militar que coexistiera con la del norte. Pero no, nos enfrascamos en desacuerdos, brotes individualistas y rivalidades que terminaron por hacer fracasar el plan bolivariano. Creo que esta reflexión, del columnista Urbano Rodríguez Muñoz, sintetiza bien la situación: “Si fracasó (Bolívar) fue seguramente porque a los pueblos que dio independencia y libertad, no estaban preparados para usar estas como prueba que después de un siglo de independencia, todavía no se han educado para ser libres.” ¡Cierto! Todavía no sabemos usar esa libertad. Han pasado tantos años, y todavía discutimos, en el caso de Colombiano, asuntos como si nos conviene el régimen parlamentario o el presidencialista, si debemos hacer otra constitución cuando la de 1991 apenas tiene 14 años, si debemos volver al proteccionismo por el supuesto fracaso del modelo aperturista… ¡No me sorprendería que alguien llegase a proponer que cambiemos el himno de la república por uno nuevo!

Así hemos estado siempre, sin unidad, sin acuerdo; evidenciando siempre esa adolescencia política de la que no hemos salido y, lo peor de todo ¡Echándoles la culpa a los demás!

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